Isis
Supe que era una ninfa de mente lucida, ajena a creencias, a supersticiones o habladurías. Una mente libre, entrenada en la lectura, entregada al amor por las letras.
Cuando nos veíamos, cuando salíamos a caminar, había mucho de tan poco que todo resultaba suficiente, provechoso, no nos ahogábamos en pensar a quien le tocaría decir una humorada para que el otro riese, ambos cómplices sin rumbo definido echábamos risas en los surcos de cemento, frente a las luces de neón y la publicidad atosigante en las calles que vende hasta el aire.
Pensábamos y poco decíamos, había tanto de que hablar pero preferíamos el silencio complice, caminar cogidos de la mano era un mejor lenguaje, el que apoyase su cabeza sobre mi hombre ramillete de las mejores palabras y que yo la besara era cantar en nuestro idioma artificial, intimo, indescifrable, formula aún no revelada, la afinidad por alguien, el cosquilleo en la nuca, el nudo en la garganta, las mariposas en el estomago.
Isis iba por el camino pedregoso, corría, saltaba, jugueteando con las mariposas, esquivando a los zancudos, golpeando a las avispas, sonriendo con los lirios y margaritas, para luego terminar huyendo despavorida al ver un abejorro volar directamente hacia sus ojos. No vivía un paraiso aparente, vivía en la urbe como todos, entre sonidos de bocinas, de cables tendidos casi hasta el suelo, de sangre humo emergente de fumadores compulsivos, de mentiras repetitivas en proceso de purificación secando en quioscos, de falsedades con sus mejores vestidos, de publicidad y de consumo, sin lluvia ni cielo azul, sin humanidad pero con mucho hombre.
Su caminar siempre fuera de ritmo, convertía escenarios adversos en aventuras extrañas, temeraria enfrentaba los peligros con gallarda ingenuidad y despreocupada caminaba cruzando su paso con mal pensantes, delincuentes desinhibidos, enfermos mentales y uno que otro peatón tan vulnerable como ella pero alerta.
Isis no temía, llevaba consigo un peso mayor al temor, el de la curiosidad. Develar los secretos de las calles, los rincones menos conocidos, los parques bastante escasos era su deseo impostergable. Conocía de restaurantes, de librerías, de cafés, quioscos, ambulantes, monumentos, museos... todo cuanto el común transeúnte casi ni se entera.
Jugaba con cuanto columpio se encontrase, trepaba por las barras paralelas, hablaba con extraños, leía en los parques, sonreía cuanto rostro confundido se le cruzara, angel que me costaba entender, pues en mi muy pensada existencia, me sumergía en ideas contrarias, la dialectica perpetua, la indecisión y la malsana inacción...
Isis terminar estas lineas por más que quisiera no debo ¿será la practica la que logre replicarte quizas como en mis recuerdos? ¿serán las ganas?